Binomio inteligencia artificial e inteligencia emocional

El aprendizaje ha sido democratizado, podemos acceder a cientos de bytes de información cada minuto, cuando queramos y como queramos. Aprender sobre ecuaciones, el ecosistema del Amazonas, entrar en contacto con expertos de diferentes disciplinas… Entonces, ¿por qué y para qué la escuela hoy en día?

La escuela que habitamos y soñamos es el primer espacio y la primera institución social por la que pasan todos los seres humanos. Un lugar donde se tejen los vínculos a través del cuidado, donde las miradas de reconocimiento de un ser humano a otro, de un referente a un niño o niña, no tienen sustitución, ni las tendrá.

Hace años Nikoolaas Tinbergen, reconocido biólogo neerlandés, estudió el comportamiento de las gaviotas arenque, entre otras especies. En este experimento descubrió que, cuando estas aves son crías, vienen predeterminadas para picotear sobre la mancha roja que hay en el pico de sus madres cuando quieren comida. Así que decidió construir picos de cartón con manchas rojas para observar su conducta.  Las crías lejos de identificar que eran falsos los picoteaban igualmente. Nosotros, al nacer, además de venir con unos reflejos primitivos, venimos dispuestos a encontrarnos en la mirada de los otros. Y además de nuestra familia, nos encontramos en la mirada de nuestros referentes educativos de la escuela.

Los educadores desempeñan ese rol indispensable de ser como la mancha roja del pico de la gaviota y atender, junto con el hogar, las necesidades de afecto, seguridad y pertenencia que tiene el alumnado. Esta mirada y las propuestas pedagógicas contribuirán a desarrollar su inteligencia emocional: intrapersonal e interpersonal. Entendiendo cada una de ellas:

  • Inteligencia intrapersonal: saber quién soy, cómo funciona mi cuerpo, mis pensamientos y creencias, mis emociones y sobre todo ver cómo se generan en relación con los otros y en diversas situaciones, y cómo regularlas.
  • Inteligencia interpersonal: entender y relacionarse con los demás, respetar y cuidar del otro y de los otros, desde la escucha activa, la empatía, el trabajo en equipo.

En este escenario educativo, la inteligencia artificial es un “nuevo” actor que ha entrado con fuerza en nuestras vidas desde hace años, y ahora somos más conscientes. La IA no siente, pero procesa. No cuida, pero predice. No educa, pero asiste. Y lo hace con una velocidad y capacidad de análisis que transforma por completo los entornos de aprendizaje. La IA puede ser una herramienta maravillosa si la ponemos al servicio de lo humano. Nos permite detectar patrones emocionales en textos escritos por el alumnado, adaptar materiales para estudiantes con necesidades específicas, traducir contenidos e incluso anticipar señales de desconexión o desmotivación. Pero para eso, el docente no puede ser reemplazado: debe ser liberado. Liberado de tareas repetitivas para poder centrarse en lo que ningún algoritmo puede ofrecer: la construcción del vínculo, la escucha atenta, la valoración ética y la creatividad pedagógica. Considerando diversos desafíos actuales que nos trae la inteligencia artificial y su impacto en la educación, hemos destacado el desafío de la atención, el desarrollo de su socialización, el aprendizaje y los sesgos que afrontamos.

En este artículo queremos dejar grandes preguntas en torno a ellos. Preguntas que creemos solo podremos afrontar generando foros en los que tengamos la oportunidad de «lenguajear» de forma colectiva y conjunta entre los diferentes agentes de la comunidad educativa, otras alianzas y organizaciones. Como señala la autora Brown en la publicación The World Café, «¿y si los seres humanos somos a las conversaciones como los peces al agua?». Necesitamos poder conversar sobre los desafíos, parar como gran revolución y cuestionarnos para avanzar juntos.

El desafío de la atención: vivimos en una economía de la atención y la IA es su arquitecta invisible. El scroll infinito no es casual, está diseñado para mantenernos enganchados, generando dopamina y pidiendo más. ¿Cómo protegernos de la dopamina que se genera cuando hacemos continuamente scrolling, nos vemos abriéndolo entre semáforos o nada más llegar a casa? Los algoritmos, ¿cómo le enseñamos a un niño a relacionarse con el mundo físico, el juego, y a no a sentir tanta atracción hacia las pantallas cuando observa a sus adultos poniendo tanta atención a una pantalla? ¿cómo estar presentes?

El desafío de la socialización: la adolescencia se vive hoy en redes como una extensión de sí mismos. Likes, emojis, notificaciones… Ahí se juega el reconocimiento, la pertenencia, la identidad. Pero esos entornos están mediados por algoritmos que no premian la empatía, sino la reacción. ¿Cómo acompañar cuando observamos que un adolescente en su relación con sus iguales y su alrededor vive la tecnología cobrando alta relevancia, como centro de sus vidas, acciones y atenciones? ¿Ofreciendo oportunidades para el desarrollo de la conciencia de uno mismo, de la escucha y la empatía? La escuela, con ayuda de la IA, puede crear espacios seguros, moderar foros, fomentar el diálogo intercultural y detectar signos de exclusión. Pero la mirada que cuida, valida y la palabra que acompaña, siguen siendo del adulto presente.

El desafío del aprendizaje: tomando como referencia un texto reciente de la filósofa Marina Garcés (2020), “educación emancipadora es aquella que tiene como condición que cualquier aprendizaje implique aprender a pensar por uno mismo y con otros”. ¿Para qué introducir la IA? ¿Qué queremos que nos aporte? ¿Cómo lo vamos a hacer? ¿En qué momentos y situaciones de aprendizaje?

Disponemos de herramientas que relacionan y generan ideas, sintetizan, como por ejemplo:

  • Ofrecer espacios libres de dichas herramientas donde trabajar los procesos cognitivos entrenando el músculo de nuestra capacidad de atención, pensamiento crítico y creativo. Haciendo nuestro pensamiento visible (Rithchart, 2014).
  • Espacios donde trabajamos mano a mano con la IA, donde el alumno o alumna sea la brújula.

La clave está en alternar espacios con y sin IA. Espacios donde se ejercite la memoria, la concentración y la creatividad… Y otros donde se use la IA como una herramienta poderosa, pero siempre bajo un riguroso criterio pedagógico.

El desafío de los sesgos: La inteligencia artificial está sesgada. Nuestra percepción humana también.

La objetividad es quizás la más imperativa de todas las obligaciones científicas. No es suficiente querer ver los hechos como son, necesitamos saber cuáles son nuestros prejuicios para estar en guardia contra ellos. Un prejuicio es simplemente una tendencia generalmente inconsciente a ver los hechos en forma determinada a causa de los valores, intereses, deseos y costumbres personales” (Horton y Hunt).

La IA no es objetiva. Aprende de nuestros datos, nuestros libros, nuestros errores. Si las mujeres aparecen menos como líderes en las imágenes generadas por IA, es porque en la historia de la humanidad, las fuentes de las que bebe están incompletas o sesgadas.

Educar hoy requiere poner sobre la mesa que nuestro cerebro en su evolución ha generado numerosos sesgos perceptivos, sesgos que en su día nos permitieron sobrevivir pero que hoy en día se materializan en realidades dolorosas e injustas y que la Inteligencia Artificial reproduce sin duda alguna. Sesgos que para nuestra evolución y camino hacia una imprescindible ética, es necesario conocer cuando aprendemos y reflexionamos sobre realidades y temas relevantes. Educar en IA es educar también en equidad, en ética, en la capacidad de ver más allá de la predicción estadística. Porque lo más probable no siempre es lo más justo, ni la realidad.

Un binomio que piensa y siente

«¿Cómo queremos ser educados? Ésta es la pregunta que una sociedad que se quiera mirar a la cara debe atreverse a compartir” (Garcés, 2020).

No se trata de elegir entre inteligencia emocional o inteligencia artificial. Se trata de tejer puentes entre ambas. De construir una escuela que forme personas con un desarrollado pensamiento crítico y creativo, conscientes, empáticas y libres, en un mundo donde las máquinas “piensan” cada vez más, pero aún no sienten. ¿Cómo queremos vivir con las máquinas sin dejar de ser humanos, cuidando lo que más nos humaniza?

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