Por Pedro C. Cerrillo. Hoy casi nadie pone en duda que hay una literatura expresamente dirigida a niños o jóvenes, pero el reconocimiento de la existencia de una Literatura Infantil y Juvenil (en adelante LIJ) es todavía reciente, empezando a ser perceptible cuando las editoriales se interesaron por publicar libros escritos expresamente para el público infantil y adolescente: de 1970 hasta hoy el crecimiento editorial de la LIJ ha sido constante.
Pero esa literatura no nace de la nada, pues libros para niños ha habido, de una u otra forma, con una u otra intención, desde casi el mismo momento en que hubo libros; y, en todo caso, los niños de todo el mundo han sido receptores de historias, relatos, canciones y retahílas de diverso tipo que, desde hace cientos de años, han expresado los conflictos de las personas, permaneciendo vivos en la memoria de los pueblos, transmitidos de generación en generación, y recogidos por escrito, en diversas versiones, durante los últimos trescientos años.
La LIJ es una literatura con mayoría de edad y, como tal, debemos valorarla, estudiarla y enjuiciarla; lo que sucede es que es una literatura que tiene en cuenta de modo expreso, cuando se escribe premeditadamente, la capacidad del lector para compartir un lenguaje «especial» que, como el literario, se caracteriza por el extrañamiento, procedimiento estilístico que permite al escritor usar las palabras más allá del significado con que representan la realidad designada; y los lectores infantiles y adolescentes, en los periodos de la infancia y la adolescencia, tienen niveles diferentes, y progresivos, en sus capacidades de comprensión lectora y de recepción literaria, por lo que es razonable que los textos literarios que se les ofrecen se correspondan con esas diferencias, pero sin que ello afecte a su calidad literaria, que se escamotea en ocasiones en aras de la incomprensible «necesidad» de transmitir textos tan sencillos que se convierten en simples y, a veces, ramplones.
Es rechazable la LIJ «escrita en diminutivo», como se debe rechazar la autocensura de ciertos temas. A los niños no se les puede ocultar, o suavizar con criterios de «aniñamiento», temas que los adultos entendamos que son peligrosos, o complejos, o que provoquen confusión, porque los niños participan cada día de la realidad que ofrecen la televisión, las redes sociales o Internet. Igual que en la literatura popular, en la que las obras se han reelaborado –y, a veces, reinterpretado– desde miradas diferentes según las épocas, también las preocupaciones sociales de un momento han quedado reflejadas en el resto de la literatura, incluida la LIJ. Hasta hace poco tiempo las relaciones sexuales, la muerte, el amor temprano, ciertas enfermedades, las dictaduras o el divorcio han sido temas «tabú» en la LIJ. Las convenciones sociales, la protección del mundo infantil o el dirigismo educativo no debieran ser hoy razones para ocultarlos. Por fortuna, libros como Nana vieja (Margaret Wild), El hombrecillo de papel (Fernando Alonso), La composición (Skármeta), Mi amigo el pintor (Lygia Bojunga), Cuando Hitler robó el conejo rosa (Judith Kerr), Maíto Panduro (Gonzalo Moure) y muchos más, hablan a los niños de la muerte, la guerra, las dictaduras, el suicidio, las persecuciones o la intolerancia.
Las características que pueden ser propias de la LIJ no son ajenas al conjunto de la Literatura; cualquier estudio de literatura comparada entre obras infantiles y obras para adultos de una misma época nos ofrece algunos datos de interés, como que en una y en otra literatura podemos encontrar estructuras organizativas y procedimientos estilísticos similares; o que en ambas literaturas se suelen reflejar las corrientes sociales y culturales que, en cada momento, predominan. Del mismo modo, en una y en otra literatura se dejan sentir muchas de las transformaciones y novedades que son fruto de una época y de la sociedad de la misma: un ejemplo sería Corazón (1860), del italiano Edmundo d´Amicis, un libro con tales implicaciones sociológicas que no podríamos entenderlas sin conocer cómo era la Italia de la 2ª mitad del siglo XIX, en la que dominaban las ideas liberales consecuencia de lo que allí se llamó «Il resorgimento»: la permisividad de costumbres y el respeto a las libertades individuales ayudan a comprender cómo en el libro de Amicis (cuenta la historia de Marco, popularizada al ser llevada a la televisión) un matrimonio se separa por razones de trabajo, pero siendo la mujer la que se marcha del hogar (a Argentina) dejando al padre con los hijos en Italia.
La LIJ es literatura, sin –en principio– adjetivos de ningún tipo; si se le añade «infantil» o «juvenil» es por la necesidad de delimitar una época concreta de la vida del hombre que, en literatura, está marcada por las capacidades de los destinatarios lectores y, en menor medida, por gustos e intereses lectores muy concretos, así como por sus posibilidades de recepción literaria. La LIJ no es, ni puede ser, solamente la que es escrita deliberadamente para niños; es también aquella que, sin tener a los niños como destinatarios únicos o principales, ellos la han hecho suya con el paso del tiempo. Con el término LIJ nos referimos a la literatura que se dirige a destinatarios hasta los dieciséis/diecisiete años, reconociendo que los dos o tres últimos años de ese periodo de la vida ofrecen singularidades muy relevantes, que también afectan a las lecturas. El lenguaje en el que se expresa es coincidente con el de la literatura en general, pero tiene peculiaridades: hunde sus raíces en la literatura oral, hoy es una literatura que trata todos los temas (no solo los fantásticos, también los realistas o los trascendentes), sus ediciones, sobre todo en los primeros años, van acompañadas de profusas ilustraciones que, en ocasiones, cuentan por sí mismas la historia, habiéndose desarrollado un género propio de la LIJ, el álbum ilustrado, a cuya actual riqueza han contribuido buenos escritores y muy buenos ilustradores, y es una literatura en la que los paratextos tienen una gran importancia, orientando, aunque –a veces– pudiendo confundir, la elección del libro para una determinada edad.
Sí hay claras diferencias entre el destinatario de la LIJ y el de la literatura general, porque en las obras para adultos la comunicación se produce entre iguales: autor y lector se comunican un texto en un contexto del que ambos forman parte, aunque el tiempo no sea el mismo. En las obras infantiles, sin embargo, la comunicación se produce entre un autor y un lector que no son iguales, porque el lector es un niño al que escribe un adulto, y porque, además, el lector-niño no siempre elige sus lecturas, ya que, sobre todo en las primeras edades, no tiene las condiciones necesarias para hacerlo: no ha terminado de desarrollar sus capacidades, ni en el proceso de construcción de la personalidad ni en el proceso lector, en el que su capacidad connotativa es limitada. Es decir, la LIJ se dirige a unos lectores específicos por su edad.
Todo ello, no obstante, no impide que consideremos la existencia de obras «clásicas» en la LIJ, entendiendo como tales las que han trascendido la época y el contexto en que fueron escritas, e incluso –en ocasiones–, a su propio autor, siendo aceptadas por la infancia o la juventud de otras épocas y resistiendo la responsabilidad de ser leídas mucho tiempo después de ser escritas. Igual que millones de personas en todo el mundo reconocen la existencia de La Celestina, El enfermo imaginario, Lazarillo de Tormes o El mercader de Venecia, sin saber asociarlas a sus autores: son clásicos; lo mismo sucede con Peter Pan, Alicia en el País de las Maravillas, El soldadito de plomo o Gulliver, clásicos de la LIJ universal.
Un peligro importante de la LIJ actual es su exagerada escolarización, consecuencia del uso de esta literatura solo como un pretexto para actividades escolares regladas, despreciando la relación de gratuidad que es obligatoria entre el lector y la obra literaria, o no reconociendo la capacidad de esa literatura para desarrollar la creatividad y la imaginación de niños y jóvenes. La frontera entre el libro útil y el libro inútil debe estar muy bien delimitada en las primeras edades, porque el concepto de «utilidad» suele asociarse a las tareas escolares, regladas y obligatorias, con las que el niño debe aprender un determinado número de conocimientos en cada una de sus edades.
Por fortuna, muchos autores que escriben LIJ han asumido que ello no conlleva imitar torpemente el mundo de niños y jóvenes, parafraseando sus expresiones, evitando tratar ciertos temas o despojando los textos de su capacidad para sugerir. La presencia en la LIJ de hoy de cuestiones antes proscritas explica la complejidad de una literatura que reclama el mismo trato que el resto de la literatura, deslindada ya de su «matrimonio» esclavo con la pedagogía, y abriendo múltiples caminos que los niños saben recibir con la mayor naturalidad, porque ellos también viven en una realidad que es la que contiene, casi cada día, los asuntos que merecen la atención de quienes escriben para ellos; una realidad de la que, también sus orillas más difíciles, los jóvenes de hoy, incluso muchos niños, tiene conocimiento cierto.
La LIJ actual, frente a la de tiempos pasados, no debe renunciar a interpretar el universo de niños y jóvenes, incluida la realidad en la que viven, con todos sus contextos, entornos e implicaciones sociales. Esa interpretación exige el abordaje de todo tipo de temas, problemas, aspectos o asuntos de la vida pública (ciudadanía, exilios, guerras, migraciones, igualdad, violencia,…) sin necesidad de «dulcificarlos», sin adoctrinar ni dar lecciones de no se sabe bien qué cosa. Pero la LIJ actual tampoco debe renunciar a generar, despertar o provocar expectativas múltiples en los lectores: las obras de LIJ no deben renunciar a todos los aspectos que contribuyen a la construcción del imaginario de niños y jóvenes, pero tampoco a los que intervienen en la construcción de su identidad.
Escribir para niños es tan serio como escribir, porque –que no se olvide– la LIJ es, por encima de cualquier otra cosa, literatura, una literatura con mayoría de edad, por paradójico que pudiera parecer, cuya aportación a la infancia y a la adolescencia es esencial, no solo porque es el primer contacto de la persona con la creación literaria escrita y culta, sino también porque es un buen recurso para un más amplio conocimiento del mundo, así como para el desarrollo de la personalidad, la creatividad y el juicio crítico.
Pedro C. Cerrillo. Catedrático de Didáctica de la Literatura
Universidad de Castilla-La Mancha. Campus de Cuenca
Compartir