“Impact investment” biomédico: desarrollo social y retorno financiero

Una afirmación es evidente cuando no necesita demostrarse, cuando ella misma tiene la claridad suficiente como para ser aceptada. Pues bien, a día de hoy pocas cosas son tan evidentes como que la ciencia biomédica tiene la capacidad de convertir el mundo en un lugar mejor. Sus aplicaciones en ámbitos como la medicina, la alimentación o el medio ambiente están permitiendo afrontar algunos de los que, sin duda, son y serán los principales retos de este siglo. Pero para que ese potencial se concrete, es condición necesaria que el conocimiento generado en la academia se transfiera a la sociedad y al mercado, se convierta en productos y servicios concretos que mejoren la vida de las personas y generen riqueza económica y social. Lo que se llama transferencia tecnológica.

Apostar por la transferencia es importante en cualquier contexto, y aún más si cabe en el caso de España, donde podemos enorgullecernos de la calidad de los resultados de nuestros científicos pero no acabamos de conseguir que esa ciencia llegue a tener una contribución equiparable en el desarrollo socioeconómico del país. Durante mucho tiempo el debate político sobre la ciencia se centró en lograr que nuestros científicos regresen a España y que no perdamos ese talento (cosa muy necesaria), pero no en que, cuando se quedan, saquemos el máximo partido de su trabajo y, por tanto, el máximo retorno de la inversión pública y privada en sus investigaciones. Y ahí está la clave.

El “gap” existente entre la academia, la industria y el mercado no es uno solo, son muchos “gaps”: cultural, de lenguaje, de capacidad de gestión y también financiero, sobre todo en las primerísimas etapas. En un análisis del ecosistema español de emprendimiento biomédico, que llevamos a cabo en 2021 con nuestro colaborador Carlos Alvarez Iglesias, veíamos que la insuficiente capitalización de los proyectos está en el origen de las dificultades para profesionalizar los equipos y desarrollar ensayos clínicos creíbles. Es cierto que el segmento de la biotecnología domina el mercado español, tanto desde el punto de vista del número de proyectos financiados (51,1 %) como de la financiación captada (70,6 %), pero la calidad y cantidad de recursos económicos y humanos no basta para completar los proyectos, impidiendo que nuevos descubrimientos de calidad sean viables.

Ante este reto, y aunque ya estamos avanzando mucho en este aspecto, es necesario seguir profundizando en nuevos modelos de acción que apuesten por la colaboración entre los sectores público, social y privado, que nos permitan explorar nuevas formas de convertir el talento en riqueza y desarrollo social. Porque la experiencia demuestra que invertir en biomedicina en fases tempranas, cuando en muchos casos las empresas aún ni existen, tiene un retorno social medible y un retorno financiero suficiente. Pero, para ello, los fondos aportados no deben entenderse como un simple gasto, o responder solo a un impulso filantrópico, sino que tienen que ser una inversión. Una inversión real, de modo que el dinero que se aporte para el desarrollo de los proyectos no sea por medio de donaciones o subvenciones, sino que se convierta en participaciones sociales de las empresas creadas. Es lo que ya en todo el mundo se conoce como inversión de impacto, o impact investing en su término anglosajón original, y que además permite un acompañamiento mucho más eficiente de los proyectos, porque desde la posición de socio, es decir, como dueño de la empresa emergente, es mucho más fácil ayudar que desde la de donante.

Es lo que lleva más de doce años haciendo Mind the Gap, la iniciativa que la Fundación Botín desarrolla junto a un grupo de inversores privados, y que en estos años ha invertido 6,26 millones en proyectos biomédicos. Muchos de estos proyectos son ya empresas que han logrado captar más de 20 millones de capital privado, a día de hoy facturan conjuntamente más de 4 millones de euros y sostienen más de 140 puestos de trabajo altamente cualificados. Y lo más importante, aun siendo las inversiones biotecnológicas de alto riesgo y largo plazo, especialmente cuando entramos en fases tan tempranas, ya estamos empezando a ver cómo los resultados llegan a los pacientes. Este es el caso de un test no invasivo de cáncer de próstata que evita biopsias innecesarias; otros productos de diagnóstico se están ensayando en centenares de pacientes, como por ejemplo en embarazadas con amenaza de parto pre término, en potenciales pacientes de cáncer colorrectal o en adolescentes con escoliosis idiopática. Finalmente, dos productos están abordando las pruebas previas al ensayo en humanos: una vacuna que protege contra las bacterias resistentes, que se cobran al año 5 millones de vidas, y un fármaco para tratar tumores cerebrales pediátricos actualmente incurables. Como fundación, nada es más importante para nosotros que el impacto que podemos tener en mejorar la vida de las personas.

A las fundaciones nos encanta que nos copien. Nos encantaría, incluso, que nuestra labor en un ámbito concreto dejara de ser necesaria, y poder así atender otras necesidades sociales. Nos gustaría que nuestra actividad fuera vista como una especie de “prueba de concepto” y que, una vez demostrados los beneficios de una determinada estrategia, esta pasara a forma parte de la actividad normal de los sectores público y privado. En el caso que nos ocupa, porque ellos tienen una capacidad mucho mayor que la nuestra, y porque solo con su compromiso se lograría que la trasferencia tecnología en biomedicina se convirtiese en cultura empresarial y política, y se mantuviera, de forma sostenida, en el tiempo. Porque para llegar de la idea al producto no hay atajos, y hace falta tiempo.

Si lográramos hacerlo, estaríamos rentabilizando la inversión en ciencia y logrando que, de verdad, esta no sea un gasto; Estaríamos permitiéndonos, como sociedad, poner nuestro grano de arena en la respuesta a algunos de nuestros retos sanitarios, sociales y medioambientales más urgentes. Porque el impact investing es rentable. Y no solo desde el punto de vista financiero.

*La Convocatoria Mind the Gap de 2024 estará abierta hasta el 16 de abril de 2024. Si quieres concurrir a ella, puedes hacerlo AQUÍ

Íñigo Sáenz de Miera Cárdenas, director general de la Fundación Botín



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