Por Francisco Conde Oria, becado por la Fundación Botín para estudios de Geografía en la Universidad de Cantabria (2017-2018).
Hace unas semanas recibí el Primer Premio Nacional Fin de Carrera de Educación Universitaria, el reconocimiento del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades que distingue a los mejores expedientes. En mi caso, como graduado en Geografía y Ordenación del Territorio por la Universidad de Cantabria, detrás del titular hay cuatro años de estudio, constancia, mapas y salidas de campo que no caben en un diploma, pero sí en la memoria.
Aunque podría hablar de mi tesis en curso —un estudio sobre los cambios en la confortabilidad del turismo en Cantabria bajo distintos escenarios de cambio climático, que espero defender el próximo año—, prefiero detenerme en los resultados de mi último artículo, realizado junto a mi director de tesis, Domingo Rasilla. Bajo el título “Impacto de las condiciones atmosféricas en la dinámica y la selección de rutas en el Camino de Santiago”, analizamos cómo el tiempo y el clima condicionan tanto la experiencia de los peregrinos como la elección de la ruta y el momento del viaje, comparando dos itinerarios: el Camino del Norte y el Camino Francés.
Para ello, empleamos un índice climático-turístico que integra tres dimensiones clave: la térmica (confort o estrés por frío o calor), la física (viento y precipitación) y la estética (nubosidad/insolación). También cruzamos datos meteorológicos (1981–2024) con registros de frecuentación de albergues y llegadas a Santiago de Compostela (2015–2019). Este doble enfoque nos permite captar umbrales de confort y separar la estacionalidad climática de la impuesta por los calendarios laborales.
Los resultados muestran que, en el Camino del Norte, las condiciones son más favorables, especialmente en verano: temperaturas suaves, menor estrés térmico y una nubosidad que atenúa la radiación directa, generando una sensación térmica más agradable. En cambio, en el Camino Francés, el patrón es bimodal, con óptimos a finales de primavera y comienzos de otoño; el verano queda penalizado por el calor y la insolación elevada, y el invierno por el frío y la precipitación.
Esto se traduce en tres perfiles de peregrinación. En el Camino del Norte, los peregrinos extranjeros se concentran en verano, coincidiendo con el máximo de días óptimos, mientras que, en el Camino Francés, estos muestran una distribución bimodal (picos en mayo y septiembre) que evita el calor y la saturación del estío, buscando mayor confort. Por su parte, los peregrinos nacionales se concentran durante el verano en ambas rutas, señal de que factores como las vacaciones de verano pesan más que el confort. No obstante, esta menor sensibilidad puede deberse también a una mayor tolerancia al calor y a estrategias de adaptación horaria, como adelantar la marcha y descansar a mediodía.
Estas pautas ayudan asimismo a explicar el auge del “turigrino” y la preferencia por tramos finales entre los nacionales (por ejemplo, iniciar en Sarria), favorecidos por la flexibilización de los requisitos para obtener la compostelana. Suelen dedicar menos tiempo y recorrer distancias más cortas que muchos peregrinos extranjeros, con mayor antelación y preparación.
Comparando datos meteorológicos y de afluencia de peregrinos podemos identificar patrones de comportamiento que sirvan a su vez para mejorar estrategias de gestión encaminadas a favorecer un mayor y mejor turismo cultural que reporte beneficios a la región.
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El artículo completo puede consultarse en Cuadernos Geográficos: https://revistaseug.ugr.es/index.php/cuadgeo/article/view/33900
Y el resto de publicaciones e investigaciones están disponibles en ResearchGate: https://www.researchgate.net/profile/Francisco-Conde-Oria-2/research

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