Carmen García de Andrés, presidenta de la Fundación Tomillo, una organización dedicada a que los jóvenes retomen el rumbo de su vida y accedan a una carrera profesional, desgrana el valor de las entidades sociales, su profesionalización, los tiempos de quienes trabajan con el cambio social y la importancia de medir su impacto en la sociedad.
Antes de incorporarse a la Fundación Tomillo, García de Andrés trabajó durante más de dos décadas como auditora de cuentas, un bagaje que le aporta una visión que combina la lógica empresarial con el compromiso social. Bajo su liderazgo, Tomillo se ha consolidado como referente en programas de segunda oportunidad educativa y profesional para jóvenes en situación de vulnerabilidad, con un modelo de gestión que combina rigor, innovación y mirada a largo plazo.
En la conversación, Carmen García de Andrés alerta sobre la distancia creciente entre los jóvenes y las organizaciones sociales. Explica que los jóvenes conectan con la causa, pero no con las entidades, y que esto no se debe a falta de interés, “porque los jóvenes están movilizados”, sino de formas: “Nos perciben demasiado rígidos, demasiado burocráticos. Necesitamos recuperar frescura para engancharles”, asegura, y propone experiencias de voluntariado más inmediatas y motivadoras.
Defiende que el sector no lucrativo lleva muchos años profesionalizado, con estructuras de gestión sólidas y personal cualificado, y pone en valor el talento y la pasión de quienes integran el sector: “Hay profesionales que ya quisieran tener muchas empresas, aunque ganen la cuarta parte”, afirma, destacando la eficiencia con la que las organizaciones sociales aprovechan sus recursos.


La presidenta de la Fundación Tomillo también aborda el debate sobre los límites entre sector público, privado y no lucrativo, señalando que cada vez se diluyen más. Señala que, para ella, la definición más adecuada del Sector Social es la de “sector empresarial no lucrativo”, cada vez más conocido como “cuarto sector”, que integra empresas sociales y modelos cooperativos que combinan actividad empresarial con impacto social.
Otro de los ejes de la conversación fue la medición del impacto. Para García de Andrés ya no basta con contabilizar actividades o beneficiarios, sino que el verdadero impacto se mide en la transformación real de las vidas de las personas. Esa convicción ha llevado a la Fundación Tomillo a cerrar programas que no funcionaban y a transferir a otras entidades aquellos que no encajaban en su enfoque estratégico. “No puedes ser excelente en todo. El foco unido a la medición es clave”, subraya.
En un momento en que la inversión de impacto y los criterios ESG avanzan a trompicones, García de Andrés se muestra convencida de que la tendencia hacia un mundo más justo y sostenible “no tiene vuelta atrás”. Para ella, el gran reto del sector es atreverse a innovar, experimentar y ejercer la autocrítica: “Si no somos capaces de decir que algo no funciona, nunca vamos a mejorar”.





